Paulino Esteban, el compañero andino de Thor Heyerdahl y Kitín Muñoz

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Una de las historias más fascinantes que aparecen en ‘Amarás América’ es la de los constructores de totora del lago Titicaca. La familia Esteban es una institución en Bolivia, y así cuento en ‘El beso de la Pachamama’ cómo fue nuestro encuentro con ellos en su aldea de Huatajuata, volviendo de una jornada de fraternidad en Copacabana con nuestros anfitriones aimaras, entrando la noche, con los ojos abiertos ante el asombro:

Manuel Madrid, Fanny y la pequeña Raissa, Teo Riquelme, Paulino Esteban, Gloria Nicolás, María Acho y la hermana Luz, en la casa de la familia Esteban en Huatajuata, en la orilla del Lago Titicaca. Bolivia, 2008.

Manuel Madrid, Fanny y la pequeña Raissa, Teo Riquelme, Paulino Esteban, Gloria Nicolás, María Acho y la hermana Luz, en la casa de la familia Esteban en Huatajuata, en la orilla del Lago Titicaca. Bolivia, 2008.

«(…) Para los bolivianos, el Titicaca era una de las maravillas del mundo, un símbolo universal que preservaban como el más preciado piélago. En realidad, era lo más parecido que tenía Bolivia a un mar, sobre todo después de la victoria chilena en la Guerra del Pacífico (1879-1884). Aquel conflicto por los impuestos al comercio del salitre en la zona tuvo un final inesperado para Bolivia. Chile se hizo con la provincia boliviana de Litoral y extendió su soberanía hacia el norte hasta la frontera con Perú, de modo que Bolivia perdió su única salida al océano. Aquella vergonzosa derrota condicionó el progreso de todo un  país y minó el orgullo de los bolivianos, que aún reivindicaban su derecho a recuperar los privilegios marítimos con lemas callejeros como «¡Bolivia nació con mar, carajo!». En el Tratado de Paz firmado en 1904 se hizo constar el derecho de Bolivia a utilizar libre de impuestos el puerto chileno de Arica y parecía que prosperaban las negociaciones para hacer uso de los puertos de Iquique y Mejillones y que los bolivianos pudieran exportar a mercados asiáticos emergentes.

En la lontananza las únicas sombras que localizamos eran las de unos ermitaños eucaliptos, árboles centenarios que, según los originarios, habrían sido plantados en terrenos donde hubo haciendas en tiempos de la Colonia. Íbamos dejando atrás pueblos enteros de pescadores y uno nos llamó la atención: Huatajata. Allí encontramos a Paulino y Fermín Esteban, maestros constructores de balsas de totora, que habían convertido su taller en un singular museo. Paulino y Fermín, padre e hijo, eran íntimos amigos del aventurero español Kitín Muñoz (Sidi Ifni, 1958), quien confió en ellos para construir la embarcación de su primera expedición, bautizada ‘Uru’ (1988), con la que pretendía cruzar el Pacífico para demostrar que los juncos eran un material suficiente para atravesar mares y océanos tal y como, presumiblemente, habían logrado otras civilizaciones anteriores a la llegada de los españoles a las indias. Una gran balsa daba la bienvenida a una modesta casa de labor repleta de artesanías confeccionadas con esta anea que crece en el mismo lago. Había de todo: cestería, barcos en miniatura, anillos, sombreros y hasta barracas flotantes construidas por los Esteban, que eran junto a los Limachi las dos estirpes de artesanos más célebres del Titicaca. Fermín nos desveló que Kitín llegó a Huatajata en 1987, un año antes de intentar su primera hazaña transoceánica. «Primero me conoció a mí y luego a mi padre y se ha hecho famoso por las balsas nuestras», contaba orgulloso este artesano que había fabricado con sus manos naves de hasta 30 metros de eslora, siete de ancho y cuatro de alto y un peso de 80 toneladas, auténticas carabelas de mimbre equipadas con mástiles, castilletes, cabañas, velas, timones, cocinas y barandas. Verdaderas joyas para la navegación que a los Esteban les gustaba rematar con cabezas con forma de puma, de hombre pájaro o de dragón. «Yo ya he participado en ocho expediciones en distintos países y he estado seis veces en España. Kitín me llevó a su casa, conozco a su familia y nos llamó hace poco tiempo para decirnos que su madre Isabel se le había muerto. Es un hermano».

Fermín Esteban

Fermín Esteban. 2008

Fermín tenía una memoria prodigiosa, aunque costaba sonsacarle sus grandes conquistas mientras nos mostraba toda clase de bateles de totora en miniatura que emulaban a las míticas naves que les habían proporcionado fama internacional. La expedición ‘Uru’ zarpó del puerto del Callao, en Perú, en 1988 y completó en cinco meses su viaje oceánico hasta atracar en la isla de Tahití, en la Polinesia. Para ellos fue una prueba fidedigna de que sus antepasados pudieron navegar alrededor del mundo transformando aquella plantita del lago sagrado en gigantes capaces de salir indemnes de una tempestad. Pero los Esteban ya eran harto conocidos antes de que llegara Kitín Muñoz. En 1970, Paulino Esteban y los hermanos José, Juan y Demetrio Limachi habían conocido al explorador noruego Thor Heyerdahl, para quien armaron con papiros de Egipto la mítica ‘Ra II’, que cruzó el Atlántico desde Marruecos hasta las islas Barbados en 57 días con ocho tripulantes a bordo. Y en 1977, también con Heyerdahl, se aventuraron en Irak por el Tigris intentando llegar al Índico con una balsa hecha con hoja berdi del río que alumbró la civilización mesopotámica, aunque tras cinco meses de navegación fue quemada en señal de protesta por la guerra entre Irán e Irak. Después de la expedición ‘Uru’, los Esteban colaboraron con Kitín Muñoz en otras tres travesías: las expediciones Mata Rangi (‘ojos del paraíso’), que duraron el tiempo que aguantaron las naves sobre el agua. La primera (1996), en la que Paulino Esteban empleó 10.000 amarres de totora del volcán Rano-Raraku, partió de la isla de Pascua y nunca llegó a la Polinesia. Sólo aguantó 23 días ya que los juncos se pudrieron, la barca se partió en dos y los tripulantes estuvieron varios días a la deriva. El reloj de emergencias del explorador español, que emitió una señal de auxilio vía satélite, les salvó la vida. La segunda (1999) zarpó del puerto de Arica (Chile) y alcanzó felizmente las islas Marquesas. Los Esteban seleccionaron, de entre las mejores cosechas de totora, 600 rollos trenzados de 30 metros de largo y se las ingeniaron para hacer un casco más resistente. Una docena de artesanos aimaras colaboró durante meses en la construcción de la nave de 25 metros de eslora, seis de manga y 4,5 de altura, con un peso de 20 toneladas. En sus mástiles ondeaban las banderas de Bolivia, Chile, Perú y España, de la Casa Real Española y las seis banderas del programa de la Paz de la UNESCO. La embarcación recorrió casi 10.000 kilómetros impulsada por los vientos alisios, aunque no se vio cumplido el sueño de culminar la travesía en el puerto de Yokohama (Japón) debido a una nueva adversidad: una plaga del molusco Teredo Navalis, que se comió las cuerdas. La última expedición Mata Rangi, en 2000, que prometía surcar el Atlántico, salió de Barcelona, navegó por la costa mediterránea española y llegó a Marruecos. El objetivo era arribar a América: ocho meses después la embarcación quedó varada en el archipiélago de Cabo Verde (…)».

Estos días he encontrado en Youtube un vídeo que me ha traído al presente aquellos instantes en Huatajuata junto a los Esteban. Y os dejo el enlace para que conozcáis al patriarca de la familia, Paulino Esteban, con su poncho y su eterna afabilidad.