María Acho: los generosos silencios de una comunicadora social que promueve el multilingüismo en Bolivia

Rosemary y María Acho, en el restaurante 'Cal y canto', en La Paz. 2008

Rosemary y María Acho, en el restaurante ‘Cal y canto’, en La Paz. 2008

Está a punto de finalizar este julio reseco y ventoso -¡es maravilloso ver cuán alto y frondoso es capaz de crecer un maizal en la huerta de Murcia!- hoy he recordado a María Acho. Ha sido un momento placentero, porque María siempre fue un gran apoyo para los voluntarios internacionales que han visitado Bolivia. En mi caso, como no podía ser menos, he dedicado un capítulo de ‘Amarás América’ -en la tercera parte, en ‘El beso de la Pachamama’- a su labor. Recientemente, allá por primeros de año, visitó España, y disfrutó en Murcia de nuestro invierno, tan risueña, comedida e inteligente, pues los inviernos andinos, rodeados de nevados míticos como el Illimani y el Sajama, poco tienen que ver con los nuestros…

María era, y sigue siéndolo, afortunadamente, la responsable del área de Comunicación Social de la Fundación Machaqa Amawt’a, una figura capital para difundir el trabajo que realizaban todos los equipos de la hermana Luz en pro de la educación en el altiplano boliviano. Cuando Gloria y un servidor visitamos Bolivia en 2008 María coordinaba dos publicaciones anuales de más de cien páginas, con tamaño «de medio oficio», como un folio A-4, y tapas de papel de color: ‘Machaq Amuyt’Awi’ (‘Nuevo Pensamiento’), considerada la primera revista de educación alternativa en Bolivia, era el altavoz del Centro de Educación Técnica, Humanística y Agropecuaria de Corpa y llevaba 30 años imprimiéndose y provocando el dialogo y la reflexión en torno a la educación con identidad cultural; y ‘Thakhi’ (‘Camino’), que nació en 2006 con el apoyo de la Comisión Episcopal de Educación para promocionar las actividades que organizaba el Centro de Apoyo Educativo Machaqa para afrontar los desafíos del presente y del futuro en la región de Jesús de Machaca. María organizaba los contenidos de cada número, recordaba a los colaboradores la fecha de entrega de los trabajos, seleccionaba y revisaba los textos, realizaba y retocaba las fotografías que ilustraban los artículos, escogía titulares y sumarios y era quien batallaba en la imprenta para que todo apareciera perfectamente maquetado y en su sitio.

Teo, Mamá Acho y Leo, en la 'rutucha' (rito de entrada a una comunidad) de Raissa, en nuestro pisito de La Paz. 2008

Teo, Mamá Acho y Leo, en la ‘rutucha’ (rito de entrada a una comunidad) de Raissa, en nuestro pisito de La Paz. 2008

Una labor silenciosa que apenas tenía reconocimientos. «Hacer cada revista es como un parto», confesaba María. «Todos nuestros técnicos en los proyectos son aimaras y tienen muchas dificultades para escribir en castellano, así que es todo un logro que salga cada número. Por eso cada vez que se publican las challamos con alcoholcito para que sirvan y den nuevos frutos». En las miles de páginas que se habían publicado desde 1978, ‘Machaq Amuyt’qwi’ había contado prácticamente la historia de Machaca de las últimas tres décadas, tratando de recoger sus preocupaciones y aportar soluciones a sus conflictos cotidianos, infundiendo ánimo a la población y corroborando que la educación y la organización de los pueblos indígenas son los mejores aliados para su supervivencia. En el proceso de creación de estas publicaciones colaboraban los facilitadores y responsables de los programas de los centros educativos, que pormenorizaban las actividades, metodologías, resultados, logros y dificultades encontradas en sus trabajos. De igual modo, a los participantes en los talleres de formación, capacitación, ferias educativas, agropecuarias, campañas de sanidad animal, etc, se les ofrecía esta ventana abierta al mundo para expresar en voz alta su opinión sobre los asuntos que les preocupaban en su día a día. «Hemos rescatado valores de la cultura aimara, hemos teorizado sobre experiencias, hemos contado cómo se alfabetizan las machaqueñas, cómo se organizan los agropecuarios, cómo se crean y gestionan microempresas artesanales, hemos aprendido poemas, canciones e historias que contaban nuestros antepasados, hemos constatado la existencia de un medio rural con futuro, hemos hecho campaña para la educación cívica y ciudadana, hemos alertado sobre enfermedades infecciosas y parasitarias en nuestros cultivos, hemos apostado por implicar a los machaqueños en la gestión de sus comunidades indígenas, hemos promovido el bilingüismo y la autogestión forestal en los lugares más apartados, hemos orientado a nuestros bachilleres y popularizado las nuevas tecnologías en las áreas rurales y, lo más importante, hemos dado alternativas. Y esto no queda aquí porque vamos a seguir forjando nuevos rumbos y caminando juntos…».

España, 2014.

‘Amarás América’. Viaje a las intimidades de México, Brasil y Bolivia. Disponible en http://www.amazon.es

Como ven, su labor ha sido fundamental para la recuperación y fortalecimiento de los saberes autóctonos de las comunidades indígenas de Bolivia, y por ello en ‘Amarás América’ he querido también que su figura sea de público conocimiento. Así la describo en ‘Los querubines negros del molocotongo’, el último capítulo del libro, en el que narro cómo challamos la casa de La Paz y cómo fue el rito iniciático para dar la bienvenida a la comunidad aimara a Raissa, una nueva integrante. Muchas gracias, María, por seguir pensando en nosotros desde tan lejos…

«María Acho Márquez, la hija de doña Eusebia o ‘Mama Acho’, como la llamaban cuando había que dejar clara su autoridad, había aprendido de su madre una cosa: decir la palabra exacta en el momento oportuno. No era una mujer de arengas facilonas, ni estaba ilusionada por sobresalir en nada, ni siquiera se planteaba la posibilidad de formar una familia numerosa con su Goni, que por entonces se encontraba en Canadá perfeccionando su inglés como le exigía su nueva responsabilidad como alto directivo de otra fundación. Aunque abominara ser considerada una estrella, tenía algo que la convertía en un ser único que reinaba por encima de los demás. Tal vez ese algo que percibimos fueron sus generosos silencios, su agudeza para conciliar, sus ganas de ir más allá de las formalidades, su manera de mostrarse franca, sin recovecos, su transparencia y espontaneidad. Treintañera, dotada de hermosura, coqueta pero sin estridencias, siempre hecha un pincel. Una melena lisa y peinada, piel morena e hidratada; una sonrisa cinematográfica y una delicadeza en los gestos fuera de lo normal. En apariencia, frágil, más por fuera que por dentro. Era una mujer con grandes dilemas interiores y tenía un gran don para disimularlos». 

Cinco semanas en Bolivia con la fotógrafa Gloria Nicolás

Gloria Nicolás con Doña Panchita Tito. El Alto (Bolivia), 2008.

Gloria Nicolás con Doña Panchita Tito. El Alto (Bolivia), 2008.

«La Fundación Machaca Amawt’a (‘nuevo sabedor’, en lengua aimara) nos dio cobijo a la fotógrafa Gloria Nicolás y a un servidor durante 5 semanas entre mayo y junio de 2008 para impartir una serie de talleres de Fotoperiodismo a niños y adolescentes de varios programas educativos de Bolivia, entre ellos los usuarios de los Centros de Recursos Pedagógicos de El Alto, la ciudad más joven del Altiplano andino, a 4.000 metros de altitud sobre el nivel del mar y en pleno invierno por aquellos lares. Los planteamientos indigenistas del líder del Movimiento al Socialismo, Evo Morales, estaban levantando ampollas en un territorio poblado por 36 etnias distintas y donde hasta los años 90 los pueblos originarios no habían tenido protagonismo como sujetos de derecho. Los gobernadores de cinco departamentos estaban entonces promoviendo referéndums autonómicos para frenar el proyecto de Evo de una Bolivia «nueva y fuerte» que asegurara a los indígenas una mayor cobertura en educación, sanidad, vivienda, seguridad ciudadana, administración de justicia e infraestructuras. La tensión era máxima. La pobreza, el racismo, la violencia y la privación de derechos lastraba al estado, que por primera vez en su historia tenía a un gobernante indio y de base sindical y obrera.

En El Alto conocimos a Doña Panchita y así la presento en el libro:

«Las neviscas sobre el lllimani alborotaban tanto el corazón de doña Panchita Tito que cuando reía asomaban sus huérfanos colmillos y ella, irremediablemente, se llevaba las manos a la boca intentando esconder su descalabrada dentadura. Saltaba de pronto a la vista la sospecha de una vida taladrada por el dolor y la rabia: «En mi corazón está escrito lo que me han humillado y lastimado» (…)».