Aprovecho este post para dar las gracias a Antonio Arco, periodista cultural y crítico teatral de La Verdad, por todas sus atenciones a ‘Caladas de Cuba’, que encontraron eco en las páginas del periódico unos días antes de la presentación del libro. Siempre provoca intriga conocer qué pueden pensar los otros sobre tu trabajo, cuando detrás hay tanto tiempo invertido y tanta paciencia, y también tanta desesperación. Me siento realmente honrado por el trato dispensado, por haber creído que este libro podía despertar interés periodístico. El hecho de tener compañeros como Antonio Arco y Nacho García, un fotógrafo comprometido con la excelencia (y así lo demuestra cada día), me hace sentir un privilegiado. Muchas gracias por permitirme aprender cada día algo nuevo, y por compartir tantos momentos. Gracias a la Redacción de La Verdad por tantas palabras de ánimo estos días, y por el apoyo recibido desde el primer momento. Verdaderamente agradecido por trabajar con vosotros y por mejorar cada día.
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TE ESPERO EN LA HABANA
El periodista Manuel Madrid publica la crónica de viajes ‘Caladas de Cuba’. El libro-objeto, diseñado por el estudio murciano F33, se presentará el viernes en el Centro Cultural Las Claras
http://www.laverdad.es/culturas/libros/espero-habana-20170621011819-ntvo.html
Antonio Arco / La Verdad / 21/06/2017

Juan Antonio Balsalobre (Cruz Roja Murcia), Manuel Madrid y Alberto Aguirre de Cárcer (director de La Verdad), en la presentación de ‘Caladas de Cuba’, en el Centro Cultural Las Claras, de Cajamurcia. Fotografía de © Vicente Vicéns / AGM
Le gusta a Manuel Madrid (Murcia, 1979) esta experiencia escrita del novelista cubano Abilio Estévez: «Tocar un pecho, besar unos labios, es lo más cercano que puedes estar de la libertad». Madrid, periodista de información municipal y columnista de ‘La Verdad’ -a él le gusta definirse como reportero-, presenta su nuevo libro-objeto, cuya poética y atractiva factura ha diseñado el estudio murciano F33. ‘Caladas de Cuba. Crónica del verano del deshielo’ -los beneficios obtenidos por su venta se destinarán al programa de refugiados de Cruz Roja en la Región de Murcia- es una apasionada crónica de viajes que tiene su precedente en la anterior publicación del autor, ‘Amarás América. Viaje a las intimidades de México, Brasil y Bolivia’ (2014). Como a Werther, lo que le roe el corazón a Manuel Madrid (preciso como un cronómetro, misterioso como un espejismo) es la fuerza devoradora que se oculta en toda la naturaleza. Quiere convertir la mejor parte de su vida en un viaje sin fin: a Ítaca, al cielo, al infierno, al confín del mundo, al corazón herido de las gentes, al placer caprichoso que encierra la belleza.
«Contradictoria, polvorienta, paranoica, salsosa, electrizante y también calenturienta», así es Cuba para Manuel Madrid, «como una canción de La Lupe». Y allí ha comprobado la existencia de «vidas de sacrificio y cuerpos de tentación por donde corre ‘la energía espesa’ que procura goces eternos». «Cualquiera que viaje por primera vez a Cuba», indica, «y mantenga los sentidos en alerta podrá comprobar que aquí la vida es un constante trueque: poco queda al margen del disimulado tráfico de influencias». «Basta con internarse en las cuarterías», añade Madrid, «para verificar los desgarros del desvanecido y empolvado idealismo revolucionario».
«La vida de los cubanos transcurre entre la realidad y la fantasía». La vida de una «gente apasionada por naturaleza, retumbante con lo superfluo y disimulada con lo importante. Un pueblo con afición a la novelería, con ansias de novedad y con ingenio demostrado para sobrevivir a todo». Precisa Madrid: «Yo no soy un poeta». Pero Cuba se le antoja «uno de los lugares más poéticos del mundo conocido». Y, así, «como el pintor de batallas, o como el fotógrafo de guerra, por un momento me obsesioné con que yo también podía ser capaz de pintar un aguafuerte utilizando como único instrumento la palabra. Este fue el primer reto con ‘Caladas de Cuba’: componer la estampa de un instante».

Escalinata del Palacio Almodóvar, Murcia. © Nacho García 20/6/2017
Intenta el periodista trasladar al lector las emociones y experiencias de «casi tres semanas en la isla en un momento de trascendencia histórica, en los días previos a la reapertura de embajadas en La Habana y Washington tras más de cinco décadas de distanciamiento». «Tenía que intentar», cuenta Madrid, «como el retratista con su paleta, o el camarógrafo con la luz, revivir lo vivido conjugando verbos y sonidos, evitando las expresiones de oráculo, sin enmascarar ninguna conmoción que aquella panorámica me brindaba».
Él mismo se ha preguntado: «¿Por qué ese empeño? ¿A qué cuento esa obsesión cuando hay tantísimos reporteros y cuando yo solo soy un sencillo redactor de noticias locales? ¿Por qué este viaje era una experiencia merecedora de ser recordada para siempre, al menos, por mí?». Pues, sencillamente, porque «nunca he querido olvidar Cuba». Y porque «esos días no era consciente de que en la isla se había roto algo y porque al volver nada iba a ser igual. Con una lucha interna para retener aquel tiempo de felicidad escribí esta crónica, que desde el principio concebí como un regalo. ‘Caladas de Cuba’ es un regalo. Simplemente eso». Madrid deseaba que su nuevo libro, cuya edición ha financiado, «fuera una joya. Un objeto capaz de procurarnos la ‘felicidad eterna’ que llegué a sentir en ese momento».
Una felicidad que atravesaba todos los sentidos, las puestas de sol, las risas que brotaban de patios y balcones, la belleza del verde majestuoso, el sonido del son, unas manos entrelazadas… «Encontré en La Habana -cuenta- una ciudad tentadora, un estallido sensorial. Pinar del Río y Viñales me parecieron una vuelta al origen de la vida, lugares para reconciliarse con el mundo. Cienfuegos es un sueño para los arquitectos de hoy. Trinidad parecía un capricho bellísimo, y el Valle de los Ingenios, un infierno edénico. Santa Clara tenía algo de mortuorio…». «Cuántos nombres, personas, lugares e historias desearía retener eternamente… Pero la memoria es frágil, escurridiza y de lo más traidora», sabe Madrid, ante quien durante el momento de la escritura del libro, «Cuba aparecía en mi mente como una florida jaula cuyos habitantes veía como pajaritos entretenidos en el trapecio, picoteando de puro aburrimiento el alpiste, mojándose la lengua con agua dosificada y de algún modo permitiéndose la única distracción de ver el mundo entre rejas y estar al acecho del primer descuido del celoso amo del calabozo. Así fue como empecé a creer que podría con el olvido, porque, insisto, todo aquello que vi, o que sentí o que paladeé ese verano no debía esfumarse sin más».

Sesión de fotos en el Palacio Almodóvar. Gracias a © Nacho García.
Lo tuvo claro, los cinco primeros capítulos se titularían ‘Libertad’, ‘Deseo’, ‘Fidelidad’, ‘Imaginación’ y ‘Porvenir’. El último, ‘Añoranza’, surgió más tarde. «El resultado es un potaje tropical donde cada tropezón oculta una microhistoria. Espero que no haya quedado ni espeso ni caldoso», dice el autor de ‘Caladas de Cuba’, donde espera que el lector se encuentre «con todos los ingredientes de una isla congelada en el tiempo, pero ansiosa por saborear un cambio».
En uno de sus sones universales, el poeta Nicolás Guillén incluye una adivinanza de la esperanza: «Lo mío es tuyo, lo tuyo es mío; toda la sangre formando un río». «La Cuba que aparece en mi libro», resalta, «no condena ni es excluyente, ni es anti ni es procastrista. Es una Cuba que solo tiene correspondencia con la mirada del ‘indio de guerra’ que viene conmigo, como me dijo Aurora, una maliciosa santera de Regla despierta como las lechuzas». La tal Aurora, ¡menuda es!: «Tras pasarme por el cuerpo un manojito de albahaca», narra Madrid, «concluyó que yo había ido a la isla ‘con misión de San Lázaro’ y que aquí iba a encontrar la tranquilidad espiritual porque me habían salido ‘muy malas las parejas’ y me habían vuelto ‘como loco’, decía». Madrid ríe recordándola.