Ana Jover y Paco Hernández Valverde, padres de Martina Hernández Jover, han disfrutado este verano de una noche de ensueño en el hotel con encanto ‘Al Sur’ de Calabardina, en Cabo Cope (Águilas, Murcia) gracias a la lectura de ‘Amarás América’ y han querido compartir con los lectores las fotos de su experiencia. El nombre de la pequeña Martina fue escogido por una mano inocente en el sorteo celebrado en Murcia el 31 de mayo, en el que participaron 80 personas que enviaron sus fotografías al concurso con un ejemplar de este libro de crónicas periodísticas que nos propone un viaje a las intimidades de México, Brasil y Bolivia a partir de la experiencia en tres organizaciones sociales. Los padres de la pequeña eligieron un fin de semana de julio para alojarse en ‘Al Sur’, donde fueron recibidos por la propietaria del establecimiento, la empresaria Sonsoles Paradinas, y su perro, Lanas. Allí, a la sombra del Cabo y con la mirada detenida en la infinidad del mar Mediterráneo, tuvieron la oportunidad de descansar, una desconexión total por hermosas calas solitarias. Sonsoles agasajó a estos anfitriones especiales con una cena mexicana, en homenaje a la primera parte de ‘Amarás América’ dedicada a la realidad de las colonias de la Ciudad de México, una ciudad con más de 22 millones de «almas cargadas de electricidad», como decía el Nobel de literatura Octavio Paz. Como menú, Sonsoles, que tuvo Estrella Michelin en su restaurante de Hondarribia (Guipúzcoa), preparó un guacamole en dos partes, tortillas de maíz con pollo y verduras, y frijoles fritos con salsa de queso. Para rematar, su clásico sorbete de limón con hierbabuena. Ana y Paco no conocían este rincón de la Región de Murcia, así que para ellos la estancia en ‘Al Sur’ y Calabardina ha sido un descubrimiento doble. Y, por supuesto, cerraron la velada recordando algunos de los personajes, historias y lugares que les han robado el corazón de ‘Amarás América’. Os dejamos con la historia de dos amantes espejados, los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl:
«(…) dos amantes siguen endulzando la memoria sentimental de los mexicanos: Iztaccíhuatl, hija del cacique de Tlaxcala, y el guerrero Popocatépetl que, a cambio de la mano de la princesa, prometió luchar y liberar al pueblo tlaxcalteca de la opresión azteca. Cuenta la leyenda que un enemigo difundió la noticia de la muerte del soldado en combate y que la joven falleció de tristeza. ‘Popo’ o Don Goyo, como rebautizaron la segunda montaña más alta de la República (5.426 metros), que ganó la batalla y regresaba esperanzado por el comienzo de su nueva vida, recibió la noticia y, como homenaje a su amada, construyó una gran tumba con la tierra y las piedras de diez cerros hasta crear una montaña dirigida hacia el sol. La fábula de este amor frustrado que tanto atormentaba a los mexicanos decía que el joven depositó el cuerpo de la muchacha sobre la cúspide de la emperifollada colina y su silueta tomó la forma de una mujer adormilada. «¿Y qué pasó con él?», le pregunté a Fabi y ‘Las Igualénticas’. «Popocatépetl se despidió con un beso», describió Adriana entornando los ojos y pensando en su ‘Pako‘, «tomó una antorcha y se arrodilló frente a su amada velando su sueño eterno…». La nieve y el tiempo acabó convirtiéndolos en mito; dos enamorados que se transformaron en volcanes, dos montañas con fuego en el cuerpo que, de vez en cuando, encendían de nuevo la llama de su amor tiñendo de lava y cenizas el escenario de su tragedia. Curiosamente, el traidor de esta fábula se convirtió en el peñón más arrogante de México, aunque decían las chicas que el Pico de Orizaba (5.610 mts), el malmirado Citlaltépetl (‘cerro de la estrella’), no era tan eminente».