Hermosísimo y repleto de comentarios jugosos de periodista curtido en mil batallas. Así fue el texto que dedicó el palabrista y quijotesco Pedro Soler, ex redactor jefe de ‘La Verdad’ y Cronista Oficial de la Ciudad de Murcia, a ‘Amarás América’ en la presentación que realizamos en Cartagena en mayo pasado. Hasta ahora no había tenido oportunidad de subirlo al blog. Ahora os lo regalo como entrada veraniega para que lo saborees como manjar de palabras con la esperanza de que disfrutes hasta la última comilla:
QUÉ HIZO ALLENDE DEL ATLÁNTICO
Pedro Soler
(A propósito de la publicación de ‘Amarás América)
Lo que sí quiero contarles son mis sensaciones, lo que yo he captado de este libro que, a la par que biografía intensa de unas experiencias emocionantes, está salpicado con un aroma histórico, que nos descubre acontecimientos que ignoramos y que, aunque de tierras lejanas, nos sirven para ilustrarnos y abrir nuestra mente a una curiosidad que cualquier lector, incluso diría que cualquier persona con un ansia mínima de culturizarse, no debiera perder nunca.
Servidor no sirve para expresar posibles calidades literarias, que puedan aparecer en estas casi cuatrocientas páginas. Esto dejémoselo a los críticos. Aún así, debo decir, con precisión, que en este tomo se expande una prosa fluida, en la que fácilmente se advierte que no estamos ante un aprendiz del lenguaje, ante un hilvanador de frases, ni ante un novel –con uve– de la escritura. Como muestra, al margen de estas páginas, ahí están los trabajos periodísticos diarios y los artículos que suele publicar en las páginas de opinión del periódico ‘La Verdad’. En unos y en otros se advierte, pese a la aceleración y el estrés que encierra la dedicación constante a un trabajo rápido e imprescindible, una fluidez de prosa, pero no como algo liviano, sino como desarrollo ágil, que aparece acompañado de atrayentes ideas. Diría que algo así sucede en este ‘Amarás América’, que, al fin y a la postre, viene a ser su deseo de contar unas experiencias rutinarias, llenas de humanidad, y que habrían quedado cojitrancas, si el autor se hubiese limitado a narrar exclusivamente qué hizo allende el Atlántico, como voluntario colaborador de organizaciones sociales que buscan un mayor bienestar para las clases menos favorecidas. El contorno de esas experiencias, la evocación de unos personajes públicos, muy importantes en la historia de los países citados en el libro; y la recuperación, podríamos decir que en directo, de determinados acontecimientos, que conmovieron a una humanidad sin fronteras, son como accidentes imprescindibles, que provocan el interés genérico del libro.
Me ha parecido que Manuel Madrid hizo como esos pintores que viajan cargados con sus bártulos, y que son incapaces de olvidar un detalle que, por intrascendente que fuera, sí encierra una dosis de belleza inolvidable y digna de evocación. No sé, ni he querido preguntar al autor, si este libro está escrito en sucesivas etapas o de un solo tirón. Y digo esto, porque en los tres recorridos que realiza, por Méjico –me gusta más con jota–, Brasil y Bolivia, parece que la técnica prosística sigue una misma ruta, pero el corazón del autor ha golpeado con latidos distintos y con sentimientos en los que prima la identificación con unos ambientes muy alejados en sus conceptos y manifestaciones.
Este ‘Amarás América’ empieza narrando la vorágine que arrastra Méjico, el primer país visitado por Manuel. Diría que acabamos de llegar a la tierra de la tragedia diaria y la desesperación. La señora Claudia, “una santera desquiciada”, es el personaje que inicia estas historias con las que el lector se encontrará. A partir de aquí se producirá una sucesión de realidades incomprensibles, pero también misterios, que son capaces de enganchar por el enigma que encierran, y por lo que descubren. Voy a exagerar al decir que leer las páginas de ‘Amarás América’, casi cuatrocientas, ha sido un trabajo, por supuesto no tan emocionante como la lectura de ‘Cien años de soledad’. Perdonen el disparate y la simple aproximación de títulos, pero sí quiero decir que ha sabido captar con certeras referencias todas esas historias, entre truculentas e ilusorias, que son, en el fondo, las que más vitalidad inyectan a una narración en la que nos quiere proyectar unas vivencias noveladas, a la par que adobadas con un tono de crudo realismo.

Alejandra Armenta y Celina Valádez, protagonistas de ‘El abismo chilango’, la parte dedicada a México en ‘Amarás América’. Cabo de Palos, Cartagena. 2010.
En este apartado del libro dedicado a Méjico, Manuel Madrid escribe con temblores de mente, como si se sintiese amenazado por lo que con tanta frecuencia leemos en los periódicos, sobre los disparates sociales en que vive sumida una parte notable del país, dedicada casi impunemente a crímenes y eliminación del clan enemigo. Incluso cuando escribe sobre ‘La Pastora’, el enclave en el ejercerá sus ansias reflexivas sobre cooperativismo social, y dará pruebas de su desinteresado corazón, a Manuel Madrid no le queda otro remedio que dibujar un ambiente cargado de humo negro, de baches sin fondo por las carreteras, de tráfico de estupefacientes y de un “reino sin gobierno”. Incluso cuando se refiere con mayor precisión a sus experiencias directas, comenta cómo se va a encontrar en medio de una población acostumbrada a riña, injurias, balazos cuchilladas y sepelios. Y junto a esto, evoca situaciones que marcaron hitos, como el terremoto del 19 de septiembre de 1985, que dejó siete mil muertos y cincuenta mil familias sin hogar. Y no olvida la reprimenda de 2 de octubre de 1968, cuando el ejercito mejicano ametralló sin piedad, desde las terrazas y en la calle, dejando decena de muertos, con un saldo de decenas de muertos. Frente a tanta corrupción y muerte, Manuel Madrid también recoge la grandeza del pueblo azteca y los grandiosos monumentos del pasado, porque son armas y almas indestructibles de una historia. Sorprendente para mí fue toparme en la lectura del libro con la figura de Ramón Gaya, exiliado en Méjico tras la guerra civil, quien “encontró en Chaputepec su mejor fuente de inspiración”, como un territorio de belleza completa. Es lo que dice Manuel, pero yo digo, que, como gayista fiel que soy, me parece uno de esos detalles a los que antes yo aludía, sobre los artistas que no quieren que se les pase algo que encierre un síntoma de belleza. Es lo que me parece que ha hecho Manuel sobre Gaya y que yo con emoción le agradezco.
Cuando Manuel Madrid se despedía de Méjico, sobre su hombro izquierdo, “y en el punto exacto donde la atolondrada bruja del cerro de la cruz, decía que llevaba al demonio, se le posó una mariposa monarca formidable». Las mismas que se encontró el día en que había llegado, cargado de ilusiones. Lo dicho: Méjico es un país, incomprensiblemente misterioso, en el que el demonio humanizado desempeña la función más cruel.
Y, ¿qué decir de Brasil? Pues yo diría que, en su capítulo de ‘Amarás América’, Brasil suena a poesía y a optimismo. Es, al menos, lo que me ha parecido, porque empieza ocupándose de tres poemas sonoros, en un país bendecido por Dios, bonito por naturaleza; escribe sobre Teresa, criatura blanca y rubísima, y sobre cientos de ríos negros, blancos y azules, serpenteando como cintas de gimnasia rítmica, por bosques, junglas y pantanales. Si se quiere, en Brasil hay miseria, sí, pero no hay tragedia. Hay millones de pobres que sueñan con prosperar en su vida cotidiana. La alegría de los brasileños es epidémica; emocionan con el ritmo y disponen del sabroso café carioca.
Es lo que afirma Manuel Madrid, a la vez que, al contar sus experiencias, penetra en el proceso encantador de recuperar vidas, pese a que sean las vidas de unos niños que corretean entre el mundo de la droga y del desamparo. No se pierde el ritmo ni el sabor de la samba, algo congénito entre los brasileños, pese a que puedan estar viviendo los momentos más tristes de su existencia. La diferencia de trato en la expresión literaria se advierte en el libro, incluso a través de las ilustraciones que encabezan cada capítulo. Ya no se impone lo tétrico, sino los dulces nombres de mujeres, como Ilka, Camila, Marceleine, Lucia, Mislene, Neuza… Se ha producido otro enfoque, alejado del sentido fúnebre del capítulo anterior. Y un final con las estrofas de una canción en la que se escucha: “No me canso de mirar, no voy a parar de mirarte”. Lo dicho: es otra historia.
Bolivia es ternura y esperanza. A Bolivia se marchó nuestro protagonista, junto con una fotógrafa joven y arriesgada, como Gloria Nicolás, para impartir talleres de Fotoperiodismo. Su compromiso era aprender de todo, convivir y compartir experiencias. Se encontraron con gente de enamora y que desprende una enigmática sonrisa, como Doña Panchita, que no conoce nada de unos padres ni una educación, pero que se siente saciada con el cariño de la gente de la calle.
A partir de aquí, recuerda el desarrollo del taller sobre periodismo, basado en las propias experiencias y en las teorías, que se fundamentan en conceptos tan necesarios e imprescindibles como actualidad, humildad, honestidad, indagación, rectificación… Aunque no las cuente, se palpan unas dificultades, superadas limpiamente, a la hora de unir las propias experiencias con un mundo llenos de personajes, que acaso no tienen de relevancia más que la humanidad que demuestran, pero también con un modo de entender la política y de actualizar acontecimientos de distintas fases históricas pasadas o más actuales.
Servidor es muy tonto a la hora de elegir. Por esto, en vez de sacar a colación a Evo Morales o a un mito como lo fue el Ché Guevara, que por las página del libro aparecen, me quedo con la fotógrafa Doña Felisa, quien se manifiesta, según nos cuenta Manuel, “muy feliz porque soy abuela. Ya tengo a mi nietita”, dice. ¿Llevo o no razón, cuando hablo de ternura? Y me permito evocar a doña Panchita, quien “mientras tejía y contemplaba el espectáculo desde su lugarcito, esbozaba alguna que otra sonrisa clandestina”.
En este capítulo boliviano del libro emociona la épica vivida para poder llegar a determinados lugares, desde los que hacer la descripción exacta de lo que se ve y lo que queda oculta detrás de unos paisajes, muchas veces encubiertos por hojas de coca y por silbidos indescifrables.
Para amar a las personas, a las cosas y a los animales hay que conocerlos. Por esto, ‘Amarás América’ es un conocimiento profundo, tanto que, para entenderlo bien, a veces sería necesario el Diccionario de Hablas Hispánicas. Lo que sucede es que el autor sabe definirnos con precisión qué son la araña capulina, una resortera, los pirilampos o la marraqueta. O sea, que no se necesita más que ansia de amar. Lo demás, incluso lo que yo acabo de leer, solo es añadidura. El amor está en ‘Amarás América’, de mi querido amigo y compañero Manuel Madrid.