
María Teresa Cervantes, el verano pasado, en su casa de Los Dolores. Foto: J. M. Rodríguez / AGM (La Verdad)
«Hoy vive recogida y serena en Cartagena, haciendo lo mismo que en París y que en Bonn: enamorarse cada día, cultivar la amistad verdadera, entregarse a los libros, buscar la luna en la tarde y dejarse sacudir por la brisa errante. María Teresa Cervantes es la poeta de Cartagena que tomaba café con Sartre y se carteaba con Gerardo Diego y Buero Vallejo, la maestra que aún invoca las horas trepidantes de la primavera del 68, la musa y corregidora de los poetas noveles, la señora que no tiene islas en la memoria. Hoy, en el último trayecto, «cuando la vida y el amor se alejan de mis venas», navega sin odio ni rencor. Zumo de naranja para dos; La Tartana, con cruceristas por todas partes, se pone en marcha. La autora de ‘Cartas a un apátrida’ (Huerga & Fierro) está tranquila. Esta región, la suya, no la olvida a sus 82 años». Así comenzaba la entrevista que tuve el placer de realizarle el pasado verano para la sección ‘Estío a la murciana’ a María Teresa Cervantes (Cartagena, 1931), incorregible dama de las letras murcianas, con la que tendremos el honor de departir el próximo martes 6 de mayo en Cartagena en la presentación de ‘Amarás América’ en el Aula de Cultura de Cajamurcia. Será a las 20 horas, y nos acompañará también el imprevisible Pedro Soler, periodista de La Verdad y Cronista Oficial de Murcia. Aprovecho esta ocasión para, sinceramente, agradecer a María Teresa su amabilidad por querer estar a nuestro lado en este acto que pretende ser una ocasión para hablar del lirismo en la prosa y de esa gente que vive en la otra orilla.
Aquí os dejo el enlace de la entrevista que realicé en julio a María Teresa Cervantes:
http://verano.laverdad.es/entrevistas/estioalamurciana/3703-maria-teresa-cervantes
-Nunca se ha sometido a nada.
-Nunca, soy una mujer libre. No sé quién dijo eso de que la libertad abrió sus ojos a quien tanto hizo por ella. Y yo lo he conseguido.
-¿Y cómo se alcanza la libertad?
-Empeñándose uno.
-¿Se puede amar y ser libre?
-Lo que pasa es que la libertad está limitada, porque dependemos de dónde hemos nacido, de cómo nos han educado, de la cultura, de la salud… Yo acabé una relación con Ramón Alonso Luzzy, que era pintor y hoy da nombre a la Casa de la Cultura de Cartagena, porque mis padres me pusieron un millón de impedimentos. No lo querían porque él no tenía todavía nada. No me dejaban salir y, de hecho, no fui a su primera exposición; le tuve que decir que me habían retenido la ropa. Y le sentó fatal. ¡Me contestó que él habría venido igual en camisón y en zapatillas! Él luego se casó y tuvimos relación casi hasta el final de su vida. Ramón fue mi primer gran amor.
-¿Cuándo apareció Mohamed?
-Yo publiqué mi primer libro en 1954, el año de la independencia de Marruecos, y ‘Ventana al amanecer’ llegó hasta Radio Tetuán. Lo vieron, lo investigaron y me dijeron que querían una fotografía de las manos que habían escrito esos poemas. Mohamed Sabbag, que traducía mis libros al árabe, vino a verme a Murcia y se enamoró de mí. Fuimos novios dos años, pero yo acababa de romper con Luzzy, lo tenía en mi cabeza, y me dije: «O Ramón o mi libertad».
-¿Consiguió llenar ese vacío?
-He tenido otras personas, con otra edad y otros conocimientos. Me casé con un médico búlgaro, Valu Christoff Topaloff [a quien le dedica ‘Cartas a un apátrida’], y mi madre me dijo: «Eso dura cuatro días».
-¿Y acabó dándole la razón?
-La fiebre, efectivamente, duró poco. Era un hombre con mucha cultura y personalidad, pero empezó con manías. Era 22 años mayor que yo, divorciado y con dos hijos. Mis padres me cerraron las puertas. Le conocí en París, vivimos en Barcelona y yo después ya me fui a Alemania. El consejero cultural de la Embajada de España en Bonn me nombró en comisión de servicios y me quedé 32 años.
-¿Qué materias enseñaba?
-Lengua y Cultura española.
-Entonces pudo contribuir a derribar ciertos mitos de España…
-La imagen de España en Francia ha sido nefasta. Allí iba el obrero y el inculto, hacían ruido y cocinaban cosas fuertes, y en los anuncios ponían: «Los españoles que se abstengan». Yo fui con mi diploma debajo del brazo, y durante 14 meses guardé niños y cuidé de señores mayores por 7,50 francos.
-Y enseguida encontró su sitio.
-Una amiga me recomendó que rellenara una solicitud al Oficio Nacional de Universidades y Escuelas Francesas para ver si me daban un puesto de lectora. Lo hice e inmediatamente, a las dos semanas, me escribieron aceptándome. Me mandaron a Céret, a los Pirineros Orientales, y estuve allí un año. Pero yo quería continuar con mis estudios en La Sorbona y me trasladaron como profesora a París.
-¿Sigue con el corazón agitado?
–No, ahora camino sin compañero porque hace 12 años que no tengo pareja. El último era canciller en la Embajada de Uruguay, pero siempre iba con subterfugios. Le gustó Cartagena y quiso instalarse en mi casa. ¡¡¡Pero conmigo no se instala nadie!!! (carcajada limpia). Porque a mí me ha costado toda una vida.
-Su nómina de admiradores es extensa. ¿Por qué la quieren tanto?
-Sí, es verdad, me estiman y me tienen así [eleva las palmas de las manos]. El profesor Díez de Revenga me valora un montón, y amigos como Antonio Marín Albalate, Juan de Dios García, Cristina Morano, José Alfonso Pérez… Aparezco en muchas antologías, entre ellas la de Carmen Conde, una mujer muy atravesada; con ella conocí a Dámaso Alonso en Orihuela. Fui muy amiga de María Cegarra y Asensio Sáez. Antes de final de año va a salir un nuevo libro mío, ‘La sombra me acompaña’, dedicado a María.
-¿Qué es lo que no soporta?
-No aguanto los chismorreos ni las tonterías esas que entretienen a España. Tengo dos amigas que me quieren entrañablemente y una vez nos tiramos toda una mañana hablando de la luna en la literatura, antes y después del Romanticismo. Con esos temas de conversación me siento realmente feliz.
-No le gusta perder el tiempo…
-Este día, como dice el sánscrito, es la esencia misma de tu vida. A mi edad es seguro que sobreviene la muerte, y no voy a perder el tiempo con banalidades. Necesito centrarme y disfrutar. Si acaso hay un paraíso en el cielo estaré feliz, pero mi paraíso está aquí y ahora.
-¿Ha echado anclas en Cartagena?
-Tengo mis raíces en Alemania después de 32 años, pero quería venir a Cartagena a terminar mi vida. En los veranos estoy muy a gusto en Los Dolores. Estoy allí tres meses, sin ruidos, y soy de las que cuando sale le pone sábanas a los muebles.
-¿Qué no sabemos del mar?
-Los tesoros que encierra. No sé cuándo se van a descubrir del todo, pero la cultura que encierra dentro es enorme. Todavía no hay el adelanto suficiente para rescatar culturas milenarias en el mar.
-¿El Mediterráneo es su patria?
-Sin duda. Nunca he querido conocer nada fuera del Mediterráneo. Estuve en Egipto y tengo cartas de un discípulo de Gibran Jalil Gibran en inglés y en árabe. No diría que el mar Mediterráneo está por descubrir, pero hay que disfrutarlo.
-¿Qué será la eternidad?
-Una monja que fue profesora mía me dijo eso mismo y en mi libro ‘El viento’ me lo pregunto. Es un anhelo pero, en realidad, no sabemos lo que es. Yo he luchado por conservar la fe de mi infancia, pero no sabemos nada de nada.
-Pues hay mucho sabiondo.
-Muchísimos, sí (risas). Cuando Don Quijote estaba moribundo recuperó la noción y le preguntaron que cuál era su última voluntad. Y él respondió: «Que me traigan un confesor, por si sí o por si no». ¡¡¡Es increíble, la obra más grande que ha parido la literatura española!!!
-Encantada entonces con llevar el apellido de Miguel de Cervantes.
-Sí, claro. La palabra viene de ‘cervus cervi’ y significa ciervo. En alemán es ‘hirsch’. Parecía ser que Cervantes era judío converso. En Alemania le dije a una familia lo que significaba mi apellido y me aconsejaron que no se lo revelara a nadie, porque parece ser que todos los Hirsch acabaron en la hoguera en los campos de concentración.
-¿Qué le inquieta ahora?
-Vivir por la literatura, aunque pueda perder la memoria y no recordar. Hasta el último instante de su vida Borges continuó cultivando la literatura. Y en mi familia no hay antecedentes de alzhéimer. Mi abuelo se murió a cuatro meses de cumplir los 100 porque se subió a un tejado y cogió una pulmonía.
-¿Hay algo que no haya logrado?
-Sí, una cosa. Alcanzar el ideal del verdadero amor, porque lo demás es ni fú ni fa. El verdadero amor es una especie de ir y venir por el otro, pero es muy difícil de lograr. Tú mira a Alberti, que estuvo toda la vida con María Teresa León y al final escogió a otra. Una de las cosas que la antigüedad clásica llamó santa y venerable es la amistad. Leyendo a Cicerón y a San Agustín te das cuenta de que la amistad, en lo más grande, llega a un punto de respeto y de conocimiento del otro y de quererlo como es, que es comparable a ese ir y venir del amor.
-No ha ejercido la maternidad.
-Ser madre no me ha preocupado. Me hubiese gustado, sobre todo con Ramón Alonso Luzzy, pero tenía 21 años. Pero cuando he visto a lo largo de mi vida lo que los hijos son para los padres a veces me ha defraudado. En cambio, he tenido toda clase de alumnos, casi 3.000 han pasado por mis aulas, y ahora me buscan muchos por Facebook.
-En aquel mayo francés del 68, ¿llegó a ir las barricadas y vio la playa debajo de los adoquines…?
-Bueno, no llegué a tanto. Yo conocí a Jean-Paul Sartre en París unos años antes, en 1963, y me pareció un ser muy sencillo y particular. Hablé con él muchas veces. Iba a un café donde los españoles le dábamos palique. De hecho, el día que le concedieron el Nobel de Literatura en 1964 yo estaba en la cafetería contigua, y al enterarse por la radio cogió un taxi y se fue inmediatamente. Al final no aceptó; decía que eso era de sinvergüenzas. Camus lo aceptó y le puso de vuelta y media.
-Siempre ha frecuentado los círculos intelectuales. ¿Qué descubría en ese tipo de ambientes?
-Pozos de cultura y gente muy peculiar. Estábamos hasta las cinco de la mañana en las cafeterías, y cuando cerraban íbamos a otras. Conocí a la hija de Sartre, Arlette, y a Simone de Beauvoir, y a escritores y periodistas de muchos países. Con Jacques David, un eminente profesor del instituto Paul Valéry de París, tuve una gran correspondencia.
-No soporta la impuntualidad.
-Para nada. Yo llegué un día un cuarto de hora tarde a una cita en la avenida de la Ópera y la persona ya no estaba. Al día siguiente recibí una carta y ahí quedó todo. No soportó un cuarto de hora de demora. Y aquí en Murcia y en España la puntalidad brilla por su ausencia. También me molesta la falta de palabra y la falta de honradez. Yo he procurado arrimarme a árboles que me den sombra. Lo demás es una pérdida de tiempo irreparable.
-¿Qué sucede si empieza un libro y no le gusta lo que encuentra?
–Yo es que leo libros con recomendación previa. Cuando era joven, a los 16 años, ya tenía una biblioteca con 300 libros. Ahora tengo 10.000.
-¿Cuál es su mayor deseo?
-Como Nicolás Dávila, un escritor colombiano maravilloso que quiso morir junto a sus libros, yo también quiero vivir y morir rodeada de mis libros. Van a poner un sello en toda mi colección para que mis sobrinos la respeten y vayan todos juntos a la Universidad Politécnica, que me ha propuesto hacer la sala de lectura María Teresa Cervantes en el CIM. Pero, mientras viva, yo quiero disfrutar en mi biblioteca.
-¿Aún tiene mucho que aprender?
-Mucho. Mis amigos se están muriendo todos y me van a dejar para que apague yo la luz. ¡Y no quiero!
—-FIN—-