Lúcia Paiva, un pecado del tamaño de Marilyn Monroe

Lúcia Paiva

Lúcia Paiva, actriz de Río de Janeiro para la que nunca se baja el telón.                     Fotografía de Christian Rodrigues

(…) Para ella, que había sido casi todo en la ficción y en la vida real, nunca se bajaba el telón. Este rubio pecado del tamaño de Marilyn Monroe hacía soberbias representaciones de sus peripecias personales y Río de Janeiro se le debía figurar como una prolongación del mejor escenario. Lúcia Paiva, actriz de reparto de la cadena Globo y blanco de fofoqueiras por su naturaleza fogosa, regresaba a casa tras unos días de asueto en Volta Redonda, donde vivían unas primas a las que tenía por hermanas, y se ofreció a hacernos de guía en nuestra primera cabalgada carioca. Alexandre Vilanova, el otro motorista de IDEAIS, comandaba la nave y Marilda, la gerente, que acudía a una reunión crucial en la Fundación para la Infancia y la Adolescencia, iba de copiloto. Lúcia y Marilda tenían en común la desvergüenza al hablar, la tendencia a la hipérbole y una inusual facilidad para generar endorfinas, aunque la primera ganaba por goleada. Cada cosa que apuntaba era como si fuera única en el mundo y estaba por ver si Río era «la ciudad más linda» y el estadio Maracaná «la medida de todas las cosas». 

Después de un buen trecho por vastísimas serranías en pelotón donde se regateaban bananas y piñas recién descolgadas franqueamos un llano de arrabales periféricos. Pudimos contar por decenas los talleres de autos y los clubes de sexo en la ruta a Río de Janeiro, que empujaba hacia una autopista de dos pisos: uno de entrada y otro de salida. Los coches volaban con los baches y un tufo de aguas muertas se colaba por las ventanillas al atravesar las ciénagas de la bahía de Guanabara. Las estradas se hacían interminables. Vendedores de agua, golosinas y trapos abordaban a los automovilistas en los lugares más escabrosos. Millares de humildes casas se estrellaban a un lado y a otro de la calzada, el único obstáculo que impedía el florecimiento de nuevas favelas. Y en medio de esta antiestética composición de ladrillados tugurios alguien había estampado su autógrafo en un edificio con aires de estación de tren decimonónica: FILHOS DA REBELDÍA (hijos de la rebeldía). Río era un enredo de riscos, viaductos y túneles en los que Lúcia Paiva se deshinchaba. Nunca sintió la llamada de la selva ni buscó la maternidad. Sólo tuvo hijos de quita y pon en tablados y culebrones. Uno de ellos, el más reconocido, fue el actor Pedro Cardoso, comediante de éxito en Brasil y una de las estrellas del filme romántico ‘Bossa Nova’ (1999), de Bruno Barreto, donde una Lúcia enlutada lloriqueaba con amargor en el entierro de su marido. En su etapa juvenil encarnó a Lola Flores, una descotada tabernera del musical ‘El Zorro’; enseñó garbo en ‘Dom Diego’ por teatros de novedades y cortejó al guaperas Leonardo Vieira, galán de telenovelas. Lúcia anteponía un tierno gatinho a un relamido garoto y conocía a la par los encantos de Río y los lunares de sus amantes. Pura desinhibición. Eso era Lúcia Paiva. Un olla en plena ebullición.

Lugares imprescindibles de la geografía carioca. Río de Janeiro

Lugares imprescindibles de la geografía carioca. Río de Janeiro

Cuando los portugueses atracaron aquí por primera vez en enero de 1502, el mes de San Sebastián, confundieron el océano con la boca de un enorme río y llamaron a la ciudad Río de Janeiro (río de enero). «Nunca fuimos pobres, pero la colonización portuguesa nos condenó. La cultura de los pueblos indígenas fue pervertida por los jesuitas, que esclavizaron a la gente. Hoy sólo sobreviven en todo el país unas 230 sociedades indígenas que hablan 180 lenguas y ocupan apenas el 14% del territorio nacional», exponía la cómica con interés pedagógico. La sobreabundancia de un árbol leguminoso, el brasilete colorado (Caesalpinia echinata Lam), codiciado por su resina rojiza para el tinte, sus troncos rectos de hasta treinta metros y sus hermosos racimos de flores amarillas y granates, hizo que en el año 1500, Pedro Álvares Cabral, considerado el descubridor de Brasil, bautizara estos territorios con el nombre de ese palo. La tala y contrabando de madera del ibirá pitanga, como decían los nativos, fue uno de los primeros negocios documentados, aunque Brasil se asoció enseguida a los cultivos azucareros y al descubrimiento de metales y piedras preciosas. Uno de los mejores informantes de la corona portuguesa, Gabriel Soares de Souza, aseguró por carta al rey Felipe II de España, quien en 1580 heredó el reino de Portugal tras la muerte del rey Sebastián en la batalla de Alcazarquivir, que sobre estos apartados territorios podía edificarse un gran imperio. Y con esa disposición, según el magno historiador de América y catedrático emérito de la Universidad de Alcalá de Henares Manuel Lucena Salmoral, un indagador de ‘Piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros’ (Editorial Síntesis, 2005), de Portugal partieron hacia Brasil grupos de servidores reales y una variopinta selección de voluntarios y aventureros, jóvenes y viejos cristianos y evangelizadores de cruz en pecho quienes, a pesar del exorbitante precio del pasaje y de la vigilancia de las autoridades para que no subieran bandidos, se mezclaron en las carabelas con desterrados, desheredados, holgazanes indultados e incluso divorciados, mahometanos escapados de hogueras y pícaros conversos penitenciados dispuestos a ser libres y hacerse señores respetables defendiéndose de los escurridizos e indómitos indígenas y sometiendo a los negros comprados en puertos africanos que usaban como brazo esclavo (…). 

* Extracto de ‘La curva de los pirilampos’, incluido en ‘Amarás América’ (Look2print, 2014), de Manuel Madrid (@manuelmadrid_lv). 

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